domingo, 25 de octubre de 2015

La transformación afectiva y la enorme recompensa de vivir los cambios.

     En distintas ocasiones, creo haber comentado el dolor y el vacío anímico que produce a quienes visitamos en alguna ocasión una casa cuna u orfanato; la sensación de mostrar u ofrecer algún gesto de cariño a los pequeños, y comprobar que no conocen su significado: ofrecerlos un abrazo, plasmar un beso en sus mejillas o dedicarles una caricia o unas cosquillas; y sentir su carencia de emociones y una triste y demoledora indiferencia al afecto... Es posiblemente, uno de los detalles que más marcan a quienes nos embarcamos en un viaje en el que, a corazón abierto, tratamos de ofrecer nuestro Amor a los pequeños, sin saber de antemano, que en muchas ocasiones y por más que nos esforcemos, pueden no generar una reacción o incluso rechazo por su parte. No es así en todos los casos; pero en ocasiones (sobre todo para quienes están por vivir ese primer encuentro...), es bueno tenerlo en cuenta, en caso de presentarse esta situación, para poderlo ir modificando paso a paso y sin que el corazón se vea más afectado de lo necesario. En ocasiones, los menores ya han sentido el cariño de "alguien" en su vida...de esa persona que en algún momento les ha permitido sentir cariño o afecto (incluso una cuidadora); y su reacción es mucho más cercana, lo cual hace todo más fácil. En cualquier caso, los adultos debemos ir "picando piedra", pasito a pasito para no sobrepasar esa barrera invisible que los separa y que les permite tener un espacio: debemos ir a su ritmo, en lugar del nuestro...porque así, siempre será más fácil hacerlos sentir "especiales". Después de un espacio de tiempo que varía dependiendo de muchos factores (internos y externos de los peques), se van abriendo cual flor, y solicitando más de aquello que les hace sentir cada vez más cómodos: empiezan a demandar esos abrazos y besos o aquellas cosquillas y caricias que poco tiempo antes, no les permitían sentir ninguna emoción, o que incluso les generaban temor. También ese importantísimo y reconfortante avance, nos permite recuperar el aliento que de forma angustiosa, se nos escapaba al comprobar el escaso estímulo que les proporcionaban anteriormente las muestras de afecto. 
     A día de hoy, en nuestro caso y tras haber sentido aquel pellizco en el corazón al comprobar el temor que ocasionaba el acercamiento; cada gesto de cariño que nos dedica Lera, adquiere aún más significado.
     Tras un tiempo en casa, ya podemos sentir en plenitud, lo gratificante de verla feliz: el regalo de tenerla en nuestras vidas; pero también en las de nuestros seres queridos... o incluso, el cariño de profesores, compañeros e incluso los papás de estos, que van conociéndola a través de sus hijos. Nuestra hija, transmite alegría y energía; mientras reparte simpatía ...y ello, la permite ya ser tan querida por todos. Aquellos temores pasados, ya son historia...y cualquier gesto o mirada amable le agradan y los comparte y reparte con total naturalidad; como un acto innato, tratando de atraer la atención con su ternura y simpatía.
     Es ella misma, cuando encuentra el momento y las palabras; quien nos descubre y muestra sus avances...en forma de canciones, palabras...e incluso sonrisas. Ella requiere su tiempo y quizás elige el momento, tratando de sorprendernos una y otra vez, sabiendo lo que nos agrada observarla mientras se expresa a su modo en cada caso. 
     Cada instante junto a ella, es una gran recompensa. Disfrutamos a su lado algo tan simple como lo es cada viaje de ida y vuelta al cole...o cada nueva expresión que emana (o trata de hacerlo) a través de sus gestos o incluso de sus labios... 
     Gracias, hija mía; por hacernos tan dichosos con tu presencia...y por permitirnos observar en tus ojos, así como a través de tus actos, esa inmensa ilusión y felicidad con que afrontas todas y cada una de tus actividades diarias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Déjanos aquí tu comentario, que será publicado con todo nuestro agradecimiento. Esperamos ser de ayuda.